Matrimonio periodístico



Desde que empezó lo que quiera que sea esto que nos ha tocado vivir -crisis, fin de ciclo, revolución...ya le pondrán nombre los historiadores y nuestros nietos lo aclararán. Desde qué empezó todo esto, digo, ha ido generándose un curioso fenómeno en la profesión periodística. Al principio era casi imperceptible, pero de un año a esta parte las evidencias son tantas que he creído oportuno plantear aquí el debate en un intento de encontrar argumentos a favor y en contra y poder organizar mi propia teoría. Me explico.
Para quienes abandonamos el ejercicio del periodismo de medios y nos pasamos al otro lado de la trinchera, la relación con la profesión se debate a menudo entre el sentimiento de culpabilidad propio de quienes somos etiquetados como traidores y vendidos y la certeza de realizar un trabajo honesto y coherente: hablo bien de quien me paga y no me oculto bajo una pretendida objetividad, en realidad corrompida por anunciantes y favores políticos. Pero es sólo cuando olvidamos uno y otro papel, cuando no nos sentimos ni traidores ni salvapatrias por encima del bien y del mal, cuando asumimos el papel de facilitadores de información. Nos ocupamos de documentar a nuestros compañeros y agilizar la transmisión de información, en un ejercicio de transparencia especialmente necesario y obligado para quienes trabajamos en instituciones públicas. Aceptamos entonces que nuestra misión es facilitar información y la de los periodistas de medios, buscarla, analizarla y, por supuesto, criticarla.
Esa actitud ha presidido durante años la relación entre gabinetes y redacciones, aunque con matices que han puesto en peligro su propia esencia. No fue extraño en tiempo de bonanza vernos envueltos en una especie de romance bendecido por campañas publicitarias: gabinetes y medios juntitos de la mano en un idilio permanente en el que todo son amables palabras, aún cuando un compañero deba mostrar su independencia dándote una guantada sin manos, nunca demasiado dura para evitar el divorcio.
Pues bien, esa romántica etapa parece haber concluido, aunque dibujando un final si no poco esperado, sí al menos poco esperanzador. Y vuelvo a explicarme.
Cabría pensar que una vez desparecido el maná de las campañas publicitarias los medios recuperarían su independencia y volverían al ejercicio propio de quien debe ejercer como contrapoder en democracia. Pues no. Los finales felices son cosa de la gran pantalla y el periodismo en este país aún se ejerce desde el pequeño formato.
El final de la película ha dibujado la siguiente escena: redacciones medio vacías tras interminables procesos de regulación de empleo, redactores temerosos de perder su puesto desengañados de una profesión prostituida y consumidores acostumbrados al buffet libre incapaces de plantearse la posibilidad de pagar por una información de calidad.
Triste final en el que la pretendida libertad informativa que ha propiciado el curioso fenómeno del que hablaba al principio. Las redacciones son hoy más dependientes que nunca de los gabinete y oficinas de comunicación. Con las plantillas reducidas a su mínima expresión, los medios exigen -no piden, proponen o sugieren- que empresas e instituciones realicen buena parte de la producción informativa para sus empresas. Bajo la permanente amenazada de ser tachados de vagos, traidores y vendidos, quienes se erigen en salvapatrias que deben informar a los ciudadanos nos reclaman a quienes estamos a este lado de la trinchera que llenemos de contenidos sus medios en el tiempo y forma que mejor se adapte a sus necesidades. Hace tiempo que los gabinetes nos hemos convertido en redacciones paralelas: hacemos fotos, enviamos notas y producimos temas al ritmo que los medios nos exigen. Buena parte de las veces aceptamos la tarea preocupados por los compañeros que han logrado sobrevivir en sus puestos asumiendo el trabajo que antes hacían entre el doble si no el triple de redactores, pero ¿es responsable hacerlo? ¿No contribuimos a perpetuar un modelo que olvida el valor del trabajo hecho con tiempo y bien documentado, que ningunea la figura del periodista de investigación?
Porque, no se engañen, como en todas las crisis de pareja la víctima es el más débil y en este caso la criatura maltratada es el derecho a la información, el único capaz de configurar una ciudadanía crítica y responsable, que contribuye con algo más que exigencias a la existencia de una prensa libre e independiente.
Demasiado peligroso.